Esa investigación no pura ha servido para mantener la llama
de la ciencia en el espíritu de ciertos hombres privilegiados, cuya
idiosincrasia, estado y preservación estudiaremos en este seminario.
Yo pregunto a todos cuantos están aquí (y que hayan leído
libros tan importantes como los del Doctor Jaramillo
Uribe, la historia de la ciencia en
Colombia, de COLCIENCIAS, o las historias de la medicina de Soriano Lleras, o de la Psiquiatría en Colombia de Humberto Roselli), ¿Cuántos trabajos
colombianos sobresalientes han merecido un lugar destacado en la historia
científica internacional? Yo diría que
se pueden contar con los dedos de la mano. Si comenzamos por la hipsometría de Caldas, que ocupo un buen lugar en la ciencia primitiva de su
tiempo, especialmente porque fijo las bases adecuadas de las ecuaciones que
servían para medir las alturas de acuerdo con el punto de ebullición de agua,
ella fue en 20 o 30 años, sobrepasada ampliamente cuando los creadores de
instrumentos de Berlín o Paris perfeccionaron los barómetros y los altímetros anaerógrafos. Seguirán algunos tratamientos de orbitas
planetarias y de cometas en las ecuaciones maravillosas de Garavito (anticipado a su Colombia y su tiempo), en cuyo honor se ha denominado un cráter de la faz oculta de
la luna. Vendría después el ya citado descubrimiento de la etiología viral de
fiebre amarilla selvática por Franco
y Esguerra y la identificación del
mosquito transmisor. Es preciso destacar igualmente la figura y la obra del
doctor Emilio Robledo con su estudio
sobre la Uncinariasis en Colombia,
su trabajo más meritorio desde el punto de vista científico, en el cual
demuestra que la verdadera causa de la anemia tropical no es el anquilostoma
duodenal, sino la uncinaria americana.
Sus meritos como botánico fueron reconocidos por el profesor José Cuatrecasas del Instituto Smithsoniano de Washington cuando clasifico una especie
nueva de la familia de las Euforbiáceas
con el nombre de Tretorchidium
Robledoanum. Habría que mencionar también la pasta colombiana, diseñada por
el doctor Alfonzo Esquerra Gómez trabajando
en los laboratorios de Baclés y Regaud en los Institutos de Radium de París, pasta que causo gran conmoción en su
tiempo, pues su descubridor no quiso patentarla para sí y prefirió ponerla al
servicio de la humanidad. Pero solo
perduro 25 ó 30 años hasta cuando se inventaron materiales plásticos que podían
sostener con mayor ventaja las agujas de Radium
sobre los carcinomas de la piel. De 1924 se dan un gran salto al año de 1964,
cuando aparecen los conceptos de la válvula y el síndrome de Salomón Hakin sobre la hidrocefalia de
presión normal y sus métodos correctivos que lo colocan con valor indiscutible
en la literatura médica mundial.
Se me podrá decir que tengo una deformación profesional
hacia la medicina, pero. ¿En qué otras
ciencias nos hemos destacado mundialmente? El maíz opaco de Medellín y Cali
fue apenas una aplicación, en nuestro país, de técnicas desarrolladas en
diversos países por técnicos de la Fundación Rockefeller que, aunque se creyó
solucionaría las diferencias de aminoácido esenciales en los herederos de Gutiérrez González, no respondió a los
criterios de aceptabilidad que de esa variedad de maíz se esperaban; los paisas
resolvieron no comer arepas opacas, porque les parecían sucias y desabridas.
Un criterio que debería tener para juzgar la calidad de la
investigación científica seria su consagración en la literatura internacional.
No importa que sea francesa, inglesa o alemana, que se imprima en caracteres
cirílicos o hebreos o en los indescifrables del alfabeto chino o japonés. El
hecho es que pase los criterios de aceptación del New England Journal of
Medicine, o del British Journal of Physics, o del Abstracts Fur Chemie o de la
Akadimia Nauuk. Esa es la barrera importante de traspasar, no importa cuántos
sean los sacrificios y costos del investigador. De otro modo, nos quedaremos
con una ciencia rural, provinciana, no conocida mas allá de nuestros ámbitos
mediocres que nos llenara solo de la satisfacción estéril de ver temporalmente
nuestros nombres escritos en caracteres tipográficos. Se cumpliría entonces el dictum fatal, escrito por Rufino Blanco Lombona en vísperas de la
primera guerra mundial y atribuida erróneamente por algunos a Ortega y Gasset de que “La ciencia
moderna no habla español”
Bibliografía: Bierman
Enrique, metodología de la investigación y del trabajo científico, Unidad
Universitaria del Sur de Bogotá, Unisur, Bogotá 1990. Varias páginas. Documento tomado con fines
académicos.
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