UNA OJEADA A LA
HISTORIA: Para tratar de los inicios de la investigación en
Colombia habría que echar una ojeada completa al libro de Frank Safford y los esfuerzos pioneros de los que él llama neo – borbones
del siglo XIX para formar la elite de lo práctico, o sea los primeros
ingenieros civiles, primeros constructores de carreteras , puentes y
ferrocarriles , al principio albergados en los Estados Unidos por la
tenacidad y esfuerzo de don Pedro Alcántara
Herrán y después ( en 4 o 5 últimas décadas) influidos en esta tierra
antioqueña por el ejemplo de Cisneros
o de los hermanos Ospina. De allí
datan los primeros esfuerzos de industrialización (textiles, siderúrgicas,
fabricas de vidrio, etc.) y las primeras adaptaciones de especies vegetales foráneas,
como lo fueron el eucalipto o el kikuyo.
Hay que hacer notar, como muy bien lo ha señalado Marcel Roche en sus estudios sobre la
historia temprana de la ciencia en Latinoamérica, la influencia definitiva con
que él llamado iluminismo español de mediados del siglo XVIII (también descrito
por el profesor Gregorio Marañón en
el libro “Las ideas biológicas del padre
Feijoo”) abrió las compuertas de la exploración científica echando a un
lado el hasta entonces dominante “quadrivium” medieval de las universidades. En Colombia específicamente, con la
influencia de Mutis, de Caldas, del padre Valenzuela y de muchos otros anónimos seguidores suyos, se echaron
las bases de las ciencias de la
observación y de la descripción (en esa época predominante en Europa). Se
trataba de conocer el mundo circundante y describir, atónitos, en el nuevo
mundo, los millares de especies desconocidas que se agregaban como torrente
vertiginoso a aquellas de las zonas templadas. Pocos se acuerdan que el observatorio astronómico de Bogotá, es
el único establecimiento en su género que se halla en funcionamiento continuo
desde 1801 hasta la fecha (si bien es de deplorar el lamentable estado con que
al presente se encuentran sus instalaciones).
Las consecuencias tardías de la expedición botánica llevar en los albores republicanos, y a pesar
de las periódicas guerras civiles,
al establecimiento de carreras
universitarias con un enfoque más moderno, para la época, pero aun así
calcado sobre modelos provenientes de Francia
y, segundariamente, de Inglaterra y
de los Estados Unidos.
A finales del siglo XIX la biología entra en dos grandes revoluciones: la era de la patología celular y la bacteriología. Por primera vez dos
(2) de sus grandes disciplinas (la medicina
y la botánica) dejan de ser
meramente contemplativas y descriptivas, para volverse más activistas y dinámicas.
La vuelta del siglo encuentra a los países de América latina dando los primeros pasos sobre aquello que los
médicos coloniales ingleses, alemanes o franceses habían denominado patología exótica y que no era otra sino
muestra moderna de medicina tropical. Si el hematozoario
de Laveran y Ross se describe en la época en que se inicia por la compañía
francesa la construcción del canal de Panamá,
ya 1894 Dominici crea el Instituto
Pasteur de Caracas que
continuara Rangel (el del destino
trágico) con el descubrimiento del trypanosoma
que hoy lleva su nombre. Y en 1906 Roberto
Franco funda en Bogotá la cátedra
de medicina tropical describiendo y sosteniendo en Francia (con el doctor Carlos Esguerra), la etiopatologia de
la fiebre amarilla selvática en contraposición con la urbana, ya descubierta y prevenida por Finlay en Cuba y por Gorgas en Panamá. Cito estas cadenas
investigativas a manera de ejemplo, ya que me haría interminable tratando de
describir los primeros esfuerzos en todos los campos, que están admirablemente contenidos
en el volumen sobre la historia de la ciencia en Colombia patrocinado por COLCIENCIAS en ese entonces bajo la dirección del capitán
Alberto Ospina.
Es justamente en esa época (La belle époque influenciada
por las escuelas de Vinchow, de Pasteur y de Claude Bernard), en la cual el concepto de investigación como cosa dinámica,
activa y no meramente descriptiva, entra en el campo de las ciencias biológicas.
No puede decirse lo mismo en nuestros países de la otra investigación (La que
llevo a procesos industriales), pues, fuera de la contribución colonial de los
mineros mexicanos sobre la amalgamación para el beneficio de la plata, son muy
contados los investigadores o autores de nuestro medio que hayan contribuido en
algo a nuestra revolución industrial, si puede decirse que la hubo.
La investigación
aplicada en nuestro medio:
Yo considero que esa investigación que en el libro de Colciencias llamamos “aplicada”, por seguir una clasificación
internacional (pero que en realidad no es investigación y desarrollo o “R y D”
del idioma ingles, o sea aquella que conduce a desarrollar nuevos procesos o
nuevos productos que después se integran a la economía), es y ha sido importante en nuestro país.
Ciertamente no se le puede aplicar a la investigación un criterio estrictamente
utilitarista y economicista ni someterla a un análisis costo – beneficio,
porque habría que terminar con la respuesta tan conocida que unos atribuyen a Faraday y otros a Benjamín Franklin: ¿Para qué sirve un recién nacido? Sin embargo ha
servido para desarrollar nuevas cepas de productos vegetales más adaptables y más
productivas o más resistentes a las plagas; lo mismo para las cepas pecuarias,
avícolas o de diversos géneros; para la
producción de antisueros y de vacunas; para identificar y conocer desde
nuestras especies biológicas hasta
nuestros hombres mismos, desde el indígena hasta el blanco y a través de todas
sus mezclas. Ha servido igualmente para conocer la patología, esa patología que
hoy con mucha propiedad se denomina geográfica pues inherente a determinados
países o regiones y que, debido a las amplias comunicaciones aéreas, fluviales,
terrestres y marítimas que tenemos hoy con todos los continentes, ha dejado de
ser exótica por antonomasia.
No es investigación pura, ya que en general lo que
hacemos los colombianos, es tomar tecnologías investigativas que han sido ya
desarrolladas en otros lugares y aplicarlas a problemas locales. Exceptuando
las ciencias básicas, que contienen algo
de pureza investigativa, esas tecnologías van a aplicarse a las ciencias
agropecuarias, sociales, de la salud, etc. Recuérdese el trabajo traído por Harrison Brown cuando hablaba de la
recuperación japonesa después de la segunda guerra mundial: enviaron técnicos a
Leeds y a Birmingham a estudiar los telares ingleses que trabajaban (por decir
una cifra) a diez revoluciones por minuto; así habían trabajado desde la época
de la reina Victoria. Que pasa –preguntaron los hombrecillos amarillos - si el telar se corre a 100 RPM; pues que se revientan los hilos respondieron
flemáticamente los ingleses; pues los compramos respondieron los japoneses
haciéndose a equipos que eran a todas luces obsoletos. Se los llevaron a Japón,
los corrieron a 100 RPM y pusieron a los japoneses en cada uso para que
remendaran los hilos cuando se rompían. Como consecuencia, duplicaron la
producción y en dos años estaban haciendo competencia a las sedas inglesas en
los mercados de Hong Kong.
Bibliografía: Bierman
Enrique, metodología de la investigación y del trabajo científico, Unidad
Universitaria del Sur de Bogotá, Unisur, Bogotá 1990. Varias páginas. Documento tomado con fines
académicos.